domingo, 1 de julio de 2018

UNA DE FÚTBOL

Escogí para vestirme la ropa de la suerte, la de ganar partidos.

A medio vestir me miré y vi los zapatos gastados, las bermudas desteñidas y pensé que estos signos no daban sino empaque a las ropas. Cogí entonces el polo de un color que nunca supe si fue verde o marrón e introduje la cabeza y los brazos, al intentar ajustar los orificios a mis extremidades un crujido me partió el alma, una enorme abertura cruzaba la tela de omóplato a omóplato, mostrando mi huesuda retaguardia. Es cierto que tenía ya alfileres que cerraban sus descosidos y mantenían en su lugar las costuras de este polo. Pero en un ataque de dignidad me había peleado con quien una vez los colocó y retirado su posición estratégica en la prenda. Ahora tenía en la mano unos cuantos aguijones de acero que me pinchaban al menor movimiento, una tela rota que alguna vez fue bonita y nadie a quien pedirle que me ayudara a hilvanar los descosidos.

Compré un nuevo polo, de marca, por supuesto. Lo compré siguiendo el dictado de los polos de otros, con sus colores de moda y los adornos de los otros, inútiles e incómodos. Parecía bonito, pero ni su cara tela era cómoda, ni me hacía sentirme especial y vestido para cualquier ocasión.

Vi el partido. Perdimos. El polo es nuevo, es caro, es inservible. Nunca volveré a vestir la magia de aquel punto tejido bajo la Estrella del Sur con la magia y el oficio de sastres a los que ya nadie compra.